Martín y los ovnis

17 septiembre, 2012 - Leave a Response

A Martín le gusta ver documentales sobre ovnis. Todos los días intenta ver uno. Algunas veces en la tarde, después del trabajo, y otras veces en la noche, antes de dormir.

Pocas veces en el transcurso del día piensa en ovnis. Tal vez ni siquiera cree en ellos. Nunca ha visto nada raro en el cielo. Aviones, helicopteros, pájaros, papalotes, bolsas de basura, pero nunca ovnis.

Le resulta extraño escuchar sobre estos objetos. Le gustan los documentales porque presentan personas que han visto o creen. Esos hombres de fe no le inspiran ningún sentimiento. Ni alegría, ni tristeza. Ni añoranza, ni esperanza. Aunque tal vez sí un poco de paz interior.

La paz de saber que hay personas creyentes. Personas que están pendientes de la posible vida exterior. Personas que se han cansado de la costumbre en el interior.

Martín y las fuentes

15 septiembre, 2012 - Leave a Response

Martín odia las fuentes. Un requisito para visitar un sitio, es que éste carezca de fuentes. A causa de dicho requisito, Martín no sale mucho de viaje.

Cerca de su trabajo hay un parque. En el parque hay una fuente. La fuente, por fortuna, no sirve. De lunes a viernes, Martín come en el parque. Muy cerca de la fuente. Le alegra ver la inutilidad de dicho objeto. Ama el silencio que la fuente produce.

Siempre se pregunta cómo sería la vida si las fuentes fueran así de silenciosas y secas. La vida podría ser mejor. Roma sería mil veces más bonita. Martín podría viajar a Italia y conocer Roma. Así, seguro que la vida sería mucho mejor.

Martín y los anteojos

13 septiembre, 2012 - Leave a Response

Las mañanas de Martín son más tristes. Tiene serios problemas con su visión. Ahora, ya no puede leer el periódico con tranquilidad. Las letras bailan, tiemblan, se mueven en el papel y él sin poder atraparlas. Entorna los ojos para intentar aplacarlas, pero le duele la cabeza después de algún tiempo.

Ha pensado seriamente en ir al oftalmólogo. Contarle sobre su dificultad con la lectura. Sin embrago, odia los anteojos. Desde pequeño se le hicieron instrumentos antiestéticos. Instrumentos que sólo delataban las deficiencias de los otros. A los 10 años juró nunca usarlos. A esa misma edad, se prometió cuidar sus delicados ojos.

Martín no se explica el porqué de su debilidad visual. Siempre ha tenido cuidado con sus globos oculares. Les ha dado un trato de rey. Aunque estos dos reyes ahora le están fallando. No sabe qué hacer.

Se dice que lo mejor será ir a ver al oftalmólogo. Comentarle sobre su problema. Ver la posibilidad de utilizar lentes de contacto. Y esconder, como todos, una debilidad imperceptible a primera vista.

Los zapatos de Martín

18 septiembre, 2011 - Leave a Response

Martín tiene unos lindos zapatos. Son de color negro. Están hechos de la mejor piel o al menos eso le dijeron. Le costaron 350 pesos en un mercado cercano a su casa. Los compró hace dos años, tal vez ahora valgan más.

Martín no los usa todos los días. Para el uso diario tiene otros que nunca le han gustado del todo. En cambio para las ocasiones especiales tiene aquellos negros. Los llama sus panteras o los negros de la suerte.

Tiene miedo que se desgasten y no los pueda usar más. Tiene miedo de no contar con ellos en el futuro. Intenta cuidarlos a toda costa. Por ejemplo, cuando los termina de usar los coloca directo en una caja. La caja la mandó confeccionar con el carpintero. Luego de colocarlos dentro de la caja, envuelve ésta con un lienzo rojo. Después la coloca hasta el fondo de su ropero. Los zapatos saldrán de ahí hasta que Martín lo considere necesario. Cuando necesite suerte.

Algunos tienen patas de conejo. Otros tienen zapatos. Unos guardan la suerte en la bolsa del pantalón y otros la colocan al fondo del ropero. –Al final es sólo suerte a la espera de ser utilizada– se dice Martín. Un pensamiento que le provoca esperanza en el presente pero miedo e incertidumbre para el futuro.

Martín y el deporte

9 septiembre, 2011 - Leave a Response

Martín buscó por todos lados sus tenis viejos pero no los encontró. Él es un hombre formal. Siempre zapatos y camisa. Odia  todo lo que tenga que ver con lo deportivo. Futbol, tenis, beisbol, basquetbol. Los Juegos Olímpicos, la Copa Mundial de Futbol, la Copa América, Copa Libertadores, Champions League. Ese mundo sudoroso lo aborrece.

Sin embargo, ahora necesita recurrir al deporte. Notó una pequeña panza. Panza de la edad. Panza de sedentario supremo. Quiere salir a correr por las mañanas, por eso busca sus tenis viejos.

Los buscó hasta en el rincón debajo de la cama y no los encontró. Los buscó en el ropero, atrás de la ropa que no usa y no los encontró. En la sala tampoco estaban. En la cocina menos. Hasta echó un ojo a los cables de luz y ni colgados los vio.

Tanta falta le hacen sus tenis. Ya tiene el pants, playera y su reproductor de mp3, mas sin el calzado deportivo no puede salir. Se sienta. Piensa arduamente qué hacer. Así que se quita las pantuflas y se recuesta en la alfombra. La mejor opción son las abdominales:

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete…

Martín hace ejercicio, pero aún odia el deporte.

Quince, dieciséis, diecisiete…

Martín y la fila

20 agosto, 2011 - Leave a Response

Martín se levanta a las 8:00 am para ir a pagar el teléfono. No se baña. Se viste rápidamente e intenta llegar lo antes posible a las oficinas de la compañía. Desea ser de los primeros (espera ser el primero) para no tener que esperar.

Cuando llega, luego de una hora de recorrido, por desgracia hay más de cien personas esperando. Decide regresar por donde llegó. –Mañana será un mejor día– piensa Martín. Se levantará más temprano y así podrá ser al menos de los primeros veinte (espera ser el primero).

Al día siguiente Martín se levanta a las 6:00 am. Tampoco se baña. Se viste rápidamente y sale, literalmente, corriendo. En las oficinas de la compañía no hay cola. Martín, así como lo quería, es el primero.

Pasan 20 minutos. Pasan 30 minutos. Pasan 45 minutos hasta que una linda chica entra a las oficinas. Le regala una  pequeña sonrisa a Martín. Él la acepta con todo gusto y se la regresa del doble de tamaño. Martín espera.

Pasa una hora. Una hora y no sé ven rastros de los demás. No hay fila. La fila es él. Así que decide entrar y pagar de una vez. Total, durante esa larga hora las puertas de las oficinas nunca estuvieron cerradas.

Martín y las fotografías

17 agosto, 2011 - Leave a Response

Martín ve las fotos y piensa en el pasado. Recuerda con una sonrisa los buenos momentos. Rememora con una seriedad solemne los malos. Se acuerda que muchas de esas personas están muertas: su abuela, su madre, su abuelo, su padre, sus tíos y tías y algunos sobrinos.

– El pasado es una sombra bella – se dice Martín. Por eso cada vez que puede ve algunas fotografías. Cuando está de humor prefiere las de vacaciones. Siempre hay sonrisas, no importa si están en el campo o la playa. Cuando está melancólico prefiere las tomadas en casa de sus padres. Hay tranquilidad. Sonrisas forzadas. Gestos comunes. Ojos sin brillo. La realidad misma.

En esta ocasión Martín eligió las fotografías de la navidad de 1998. En las primeras diez fotos los pocos asistentes se ven contentos. Con un vaso de ponche en la mano sonríen a la cámara. Algunos se abrazan. Otros se besan.

En las siguientes diez continúa la sonrisa en el rostro de los familiares de Martín. Ya no hay vasos en mano, pero sí platos en mesa. Pavo, romeritos, bacalao y refrescos están presentes. No hay tantas sonrisas, pero sí bocas repletas de comida. Todavía se percibe la felicidad familiar.

En las diez y seis últimas la cena ha terminado. Vuelven los vasos a las manos y las nalgas cambian de asiento. Todos platican. Hay pláticas por un lado y otro. La felicidad se observa. La verborrea se escucha. El aroma a ponche se huele. Pero la ausencia se siente. Martín la palpa en toda su esencia.

Martín y los gritos

13 agosto, 2011 - Leave a Response

A Martín no le gusta gritar. La animadversión al grito la adquirió cuando tenía diez o doce años. En esa época su madre recurría al grito para llamarlo, para llamar a sus vecinos, para decir una grosería cuando las cosas no salían bien. Era, de cierta forma, eliminar el estrés por medio del incremento de la voz.

Cuando su familia se reunía, cuando todos estaban sentados en la mesa la vocinglería era tal que Martín se recluía en sus pensamientos. No oigo, no oigo soy de palo, tengo orejas de pescado se decía y repetía.

A la larga Martín no fue de palo, ni tuvo orejas de pescado. Oye perfectamente a la gente. Escucha los problemas de las personas, otra cosa es que no le interesen. Cuando está en casa percibe el griterío de la ciudad. Los niños, las amas de casa, los trabajadores, generan diversos tonos que Martín distingue muy bien. Por eso y más Martín no es sordo.

Lo único grave en la situación de Martín es que está incapacitado para gritar. Él no puede hacerlo por más que quiera. Y algunas veces lo anhela. Ni cuando canta en el baño alza la voz. Ni cuando un carro pasa a toda velocidad y lo empapa con agua sucia alza la voz. Ni siquiera cuando tiene (o tuvo) sexo alzó mucho la voz. Su timidez se lo impide. Su sencillez se lo impide. Pero lo que más se lo impide es el temor de asemejarse a su madre.

Martín y el periódico

8 julio, 2011 - Leave a Response

Todas las mañanas Martín intenta leer el periódico. Se suscribió a [ilegible] hace un año. Lo hizo por puro placer. Lo hizo por darse el gusto. Lo hizo porque así se siente un poco más comprometido con la situación social de su país.

Son las nueve (aproximadamente) cuando comienza a preparar el café. Cuando unta mermelada a un pan tostado. Esparce un poco de azúcar sobre la mermelada. Acomoda todo de tal forma para que pueda desayunar y leer al mismo tiempo.

Periódico – Café – Pan.

 Es diestro, por eso el pan en ese extremo.

Lee la portada (Número increíble de muertos en el norte del país). – Oh, mi dios – piensa Martín. (Incremento a los productos de la canasta básica). – Oh, mi dios – vuelve a pensar Martín. (Niños calcinados en guardería). – Ah, mi dios – grita Martín. Deja el periódico. Muerde el pan. Toma café. Ve la pared, intenta vislumbrar un “algo” en ella, un “algo” para explicar lo que ha leído.

Por fin se decide a abrir el diario. Una fotografía grotesca se deja ver. Una imagen donde cuerpos cubiertos de sangre con las ropas destrozadas están apilados. Le dicen hola. Le dan los BUENOS DÍAS.

Martín cierra el diario. Martín no puede creer que eso esté ocurriendo en su país. Se siente indignado. Se siente mal. Culpa al presidente. Culpa a los diputados, a los senadores, a los gobernadores, a los drogadictos. Culpa a todos por tan terribles noticias.

Toma su café de un trago. El café ya está tibio. El pan con mermelada se queda ahí, con una mordida, con su mermelada y con su azúcar espolvoreada. Martín se va a la sala. Se recuesta en el sofá. Se queda dormido. Martín sueña, sueña que prepara café, pan tostado con mermelada y que sale por el periódico de deportes al puestecito de la esquina.

 

La cita de Martín y Antonieta

8 julio, 2011 - Leave a Response

Antonieta no siempre deseaba salir con Martín. Era su amigo, sí, un simple amigo de la infancia. Lo quería mucho, tenía un “algo” que no le permitía abandonarlo en los momentos más duros. Cuando Martín llamaba a su casa no se negaba, sabía la responsabilidad de ser una buena amiga y aunque se fastidiara de las historias trágicas (exageradas) de Martín, siempre, siempre, siempre, salía con él.

Esa tarde habló para invitarla a tomar un trago en la ciudad. Ella, no tenía muchas cosas por hacer. Deseaba quedarse en casa, leer un libro, preparar una taza de café, fumarse unos cuantos cigarrillos, quedarse en piyama el día entero; sin embargo, un ron, una vuelta por la ciudad, sentir el aire nocturno, sentir la boca adormecida después de un par de tragos, era una buena opción… no tan buena… no tan mala.

Dejó el libro en algún lugar de la casa. Se metió a bañar. Se vistió y arregló. Esperó la llegada de Martín. Martín no llegaba. Era impuntual. No siempre, sólo algunas veces. Pasaron veinte minutos, estaba decidida a tomar nuevamente su pijama y buscar el libro cuando escuchó el claxon del viejo carro de Martín.

Al salir, se percató de la sonrisa, blanca y amplia, de Martín. Al parecer no estaba triste. Al parecer sólo quería salir con ella para ponerse al tanto de sus vidas. Subió al carro. Saludó con un beso en la mejilla a Martín. Cambió la estación al radio. Bajó la ventanilla. Sacó un cigarro de su bolso. Fumó y fumó. Dio hondas fumadas al cigarro mientras veía la ciudad pasar, mientras veía la gran ciudad modelar sus luces, sus puentes, sus anuncios, sus prostitutas, sus bares y sus vagabundos. Martín no hablaba. Antonieta no hablaba. Dejaban consumir su tiempo en aquel trasto viejo y ruidos llamado Carro de Martín.

Llegaron al lugar preferido de ambos. Estacionaron el auto y bajaron tranquilamente. Aún en silencio se introdujeron al viejo bar. Las luces no estaban del todo mal: rojas, azules, verdes, todas tenues. Ocuparon la tercera mesa de la izquierda. La mesera se acercó. Les tomó la orden:

Orden de Antonieta y Martín

– Un ron

– Otro ron

Al poco tiempo la dama de cuerpo exuberante regresó con dos vasos en la mano. Colocó uno frente a Martín, otro frente a Antonieta. Todavía no hablaban. El líquido de los vasos disminuyó poco a poco. Las palabras no salían de las bocas de los dos amigos. Antonieta le regalaba sonrisas a Martín. Martín le regalaba miradas a Antonieta.

– Por qué no hablas Martín – le preguntó Antonieta

– Porque no tengo nada sobre qué hablar – replicó Martín

– Entonces por qué vinimos. Por qué me has invitado a salir – le dijo Antonieta

– Porque te quería ver… sí, sólo por eso.

Al escuchar esta frase, Antonieta se ruborizó. Evitó ver a Martín y dirigió una ojeada a los tres hombres del rincón. Todos estaban totalmente borrachos. Antonieta recordó la última vez que sucumbió a los efectos del alcohol. Había sido en casa de Pedro, El Gallego, con tequila y ron, sólo eso recordó.

Martín no veía más a Antonieta. Ahora, veía un poco a la camarera. Veía sus piernas, veía su rostro, veía sus… Antonieta se enojó, se terminó el vaso de ron de un golpe y llamó a la camarera. Pidió la cuenta. Martín se sobresaltó, pero asintió. La dama de las bebidas llevó un papel. Martín sacó su cartera y le dio algunos billetes.

Salieron del lugar y subieron al carro. Antonieta encendió el radio, abrió la ventanilla y fumó un cigarro. Martín no habló. Antonieta tampoco lo hizo. Al llegar a la casa de Antonieta, ésta le regaló una sonrisa a Martín. Él, le dio un pequeña mueca, sólo pequeña y le dijo – Espero haya sido una bonita noche – a lo cual ella respondió – Sí, lo fue. Gracias por venir a verme, Martín – Le dio nuevamente un beso en la mejilla y bajó del auto.

Caminó hasta la puerta mientras Martín la veía con un poco de melancolía, con una pizca de melancolía. Antonieta entró a su casa. Martín arrancó el auto. A Martín le esperaba un largo camino a casa y a Antonieta una novela de algún autor francés del siglo XVIII.